No importa cuanto hemos sufrido o sigamos sufriendo, alegrías como esta compensan todo.
(El impacto de un gol agónico e histórico que enloqueció un estadio enrojecido)
Por Reinaldo Spitaletta
La tribuna oriental, parte alta, se había convertido en nuestra iglesia ceremonial para ir, cada que el DIM jugara en casa, al ritual de los partidos. Era el 20 de junio de 2004 y ahí, en esa tarde de esplendores, estábamos en la gradería. El partido DIM-Cali era definitivo para las aspiraciones de pasar a la final de aquel torneo en el que había un presentimiento colectivo entre la hinchada de los rojos: se puede volver a ser campeón.
El estado Atanasio Girardot, enlucido con camisetas rojas, tenía más de treinta mil asistentes que coreaban, saltaban, se movían, ebullían y albergaban una corazonada. Era un cotejo de alta tensión. Y cada vez que el Cali anotaba, parecía que el sueño de cada uno de los presentes se venía abajo, aunque, al instante, se retornaba…
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